jueves, 12 de enero de 2012

La joven guardia

La joven guardia
Por Enrique Masllorens
Secretario Ejecutivo – Consejo Federal de la Televisión Pública

Aunque quisiera, no podría integrar ninguna de las diversas juventudes peronistas de la actualidad. Ni La Cámpora, ni la JP Evita o Descamisados, o la Juventud Sindical o Kolina. Aunque me sienta renovado, con la pasión intacta, con la fe y la esperanza que me brotan en esta inesperada primavera que nos regala la Patria y la memoria de tantos compañeros de sueños y utopías. A los de mi generación militante nos une con ellos el mismo proyecto, la misma continuidad histórica y el compromiso indomable por una Argentina justa, libre y soberana. Nos sentimos parte de la misma lucha emancipadora. Además de las coincidencias de metas y de las construcciones necesarias, caracterizamos sin tibiezas ni ambages a los enemigos del movimiento nacional y popular.
Aun los que estamos entrenados para decodificar los mensajes abrumadores, falaces y apocalípticos de los monopolios mediáticos en operaciones y a sus voceros de la oposición ninguneada en las urnas, tenemos que hacer un ejercicio de sensatez para evitar “comprar” la demonización y estigmatización de estas organizaciones, especialmente de La Cámpora, a la que se le atribuyen todo tipo de operaciones, intereses espurios y una mera vocación por los cargos y los contratos sin ningún sustento ideológico. La reacción conservadora los apunta, los calumnia hasta llamarlos talibanes, provocadores o irrespetuosos. Como escribí en otra columna, hasta el inefable senador radical Gerardo Morales les enrostró a los belicosos correligionarios que se agarraron a trompadas en la Convención de la UCR que “parecen de una reunión de La Cámpora”, como si hubiera antecedentes de comportamientos similares.
Con estos antecedentes, quiero contar una historia, que como todas tiene nombre y apellido, aunque la mayoría no tengan registro público. Porque como canta Joaquín Sabina, “en el diario no hablaban de tí, ni de mí”.
Integro desde su fundación en septiembre de 2007 el Consejo Federal de la Televisión Pública que reúne a los 15 canales de gestión estatal de todo el país, entre ellos el Canal 9 de Río Gallegos. Hace un año aproximadamente se retiró de la presidencia de esa emisora un gran director, Gabriel Aguirre, y asumió el joven Martín Hernández, militante de La Cámpora. Durante su gestión compartimos encuentros en diversas provincias, reuniones de trabajo, la realización del Panorama Argentino, la implementación de concursos con el INCAA, los planes de apoyo concreto y efectivo del Consejo Asesor de la TVDA del Ministerio de Planificación. Lleno de proyectos, compañerismo y sencillez, se integró al resto de los directores de la televisión nacional por una comunicación que hace foco en el ciudadano y no en el consumidor. Uno de los nuestros.
Hace pocos días, luego de los conflictos sucedidos en Santa Cruz a raíz de las medidas tomadas por el gobernador Peralta, me llamó para informarme que había renunciado como actitud militante y por sus convicciones. Renunciaba también a una ilusión, a un proyecto de gestión y a eso que tanto preocupa a los mercaderes y fariseos: a un sueldo importante dada la jerarquía del cargo y que es el estipulado en la administración provincial. Rápidamente sentí una conexión y una suerte de hermandad con las actitudes que se fueron tomando en los años ’73 y ’74 cuando las circunstancias quemaban. Le recordé la decisión de renunciar de los ocho diputados de la JP, en desacuerdo con medidas represivas, y también lo que nos sucedió a los que trabajábamos en el Departamento de Comunicación Social que dirigía Nicolás Casullo en el Ministerio de Educación de la Nación, a cargo de Jorge Taiana (padre), que nos fuimos y nos fueron tanto por la asunción del fascista Ivanisevich como por las bandas terroristas de la Triple A. Sentí orgullo y tranquilidad. Como Néstor, como Cristina, estos pibes no dejan las convicciones en la puerta de los organismos donde circunstancialmente les toca estar y gestionar. Lo felicité y le pedí que lo hiciera extensivo a sus compañeros.
Cuando uno escucha y lee las declaraciones desagradables y conspirativas sobre la buena nueva de la inexistencia del carcinoma de la presidenta por parte de Hermes Binner, el hombre que nació viejo, o de Margarita Stolbizer, la mujer sin pausas, o de Humberto Tumini, ¿te acordás hermano?, no puede menos que pensar que el que perdió el tren también perdió la brújula y ya no puede ir a ningún lado. De los cercanos al vetador compulsivo Mauricio Macri no vale la pena abundar. Nada bueno o humano les es posible. Y a todos ellos, a sus mandantes los une el espanto y el resentimiento de ver a tantos y tantos jóvenes acompañando a Cristina, reivindicando a Néstor y cantando la marcha peronista convencidos de que tienen su lugar y que son presente y futuro.
Entre 1968 y 1971 integré un grupo musical que se llamó La Joven Guardia. El mismo nombre nos impidió –afortunadamente–hacer patéticos reencuentros nostálgicos. ¿Cómo sería posible si en vez de “Extraño de pelo largo”, por lo menos yo, lo único que extraño es el pelo? Bienvenida sea pues la sangre nueva, esta nueva joven guardia, ahora en paz, en plena democracia. Y los que peinamos canas o peinamos poco seguiremos codo a codo, porque juntos somos más. A pesar de los viejos vinagres y de los dinosaurios.

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